lunes, 2 de noviembre de 2009

VII.


— Gracias, me salvaste la vida —dijo Pierre, con movido tono de voz por el susto y el esfuerzo físico.
— Nada fue no —le dijo la garota— peligroso después comer de nadar es.
— Lo sé… quiero decir: sé lo—dijo Pierre, en vesre antiguo, para congraciarse con la muchacha—. Mi madre tenía razón.
Quiso traducir esa última frase al idioma de la mujer, pero el hemisferio izquierdo del cerebro de Pierre fue incapaz de articular una frase en un idioma ajeno y seguir dirigiendo el pataleo de la pierna izquierda que mantenía el cuerpo a flote, y nuestro héroe se hundió en el silencio. Cuando volvió a emerger, intentó traducir la frase al idioma de señas, pero esta vez una ola acalló sus palabras. Pierre estudió la situación y concluyó que en altamar era casi imposible llevar un diálogo a buen puerto. “Voy a tener que remarla”, pensó, y acto seguido se acostó en posición de plancha, sentó a la garota sobre su vientre y, tomando los pieses de la mujer entre manos, comenzó a moverlos, hora adelante, hora atrás, cual si fueran remos. Al cabo de esas primeras dos horas de navegación, después de comprobar que la línea de flotación quedaba por debajo de la comisura de sus labios, Pierre se atrevió a abrir la boca.
— Ahora sí podemos hablar tranquilos.
— ¿A vamos dónde? Playa la otro el lado está.
— Ya lo sé —dijo Pierre, que no se atrevía a cambiar de idioma por temor a que sobreviniera algún otro infortunio—. Vamos a esa montaña blanca, ¿la ves?
— Veo sí la. ¿Es qué?
— No estoy seguro, pero creo que es una judía montaña errante, pariente del monte Sinaí, que va por los mares del mundo vendiendo cubos de hielo. A lo mejor podemos convencerla de que nos deje chupar un poco de frío gratis.
— Dudo lo —dijo la garota, cuya intuición femenina le indicaba que tenían menos probabilidades de sonsacarle frío gratis a Iceberg que de construir un equipo de aire acondicionado con hojas de palmera.
— Yo también la veo difícil —dijo Pierre—, pero no hay que perder la fe. Tenemos que aprender de la montaña: su fe judía la trajo hasta acá, y sin que se derritiera.