jueves, 8 de octubre de 2009

II.


Ni cerdo ni perezoso, Pierre acometió esa misma tarde una enconada diatriba contra la Pachamama. La reputó estéril y de mal humus, le endilgó la culpa de que los cocos no doblaran en su caída libre desde la palmera hasta el suelo, llegó al extremo de referirse a ella como la Puchamama. Por último, para asegurarse su cólera, no trepidó en contaminar la tinta de su pluma con un bacilo de la enfermedad que vacacionaba en un granito de arena. Estos son algunos pasajes de la afrenta, descontados los impuestos y la tasa de embarque:

Oh, Puchamama, la que anda todo el día arrastrada por el suelo,

a quien todo el mundo pisotea y entierra la batata.

Si de veras quieres que te repute una diosa hazme entonces un favor,

cambia ya esa cara de mal humus y deja de vestir siempre de negro,

y, aunque más no sea por quince minutos en la vida,

haz que nieve el cielo y deje de hacer calor

desde Bahía hasta Rio de Janeiro.

Pierre observó con orgullo la obra terminada y le estampó la firma diciéndose para sus adentros: U. Labardieu.

Cayó la noche sin hacer ruido y Pierre solo quería comer algo y tirarse a dormir, pero sus planes resultaron infructuosos: la mona volvió a robarle la banana y el calor, que apretaba más que zunga para niños, lo obligaba constantemente a meterse en el agua. Precisamente durante uno de esos chapuzones, mientras practicaba la plancha nocturna (desnudo, para comprobar si los mariscos eran o no afrodisíacos), Pierre vio surgir de nuevo de entre las olas a la garota de la escafandra. Se puso tan nervioso que casi se lleva puesto un banco de arena.

Calor todavía mucho hace —le dijo la muchacha.

Pierre no supo qué responder. Amén de que las palabras de la garota entrañaban una acusación, para un egresado de la Escuela Superior de Altos Estudios Metereológicos como él no había nada más difícil que hablar del estado del tiempo así a la ligera, como quien oye llover. Además, para colmo de dimes y diretes, todos los esfuerzos de Pierre estaban consagrados a la tarea de ocultar con ambas manos la circuncisión y aledaños. La mujer, en cambio, que se habría acalorado de solo entrever el futuro bikini, parecia no entender el significado de la palabra pudor.

¿Nadas manos sin las, por?

Estoy practicando la formación de la barrera —mintió Pierre turbado, e hizo la vista gorda para no ver la silueta de la mujer.

Así y todo, a pesar de los recaudos, Pierre no cabía en sí de la excitación, y el asunto amenazaba con írsele de las manos. Se hizo un silencio incómodo que duró como dos horas. Tête-a-tetê permanecieron Pierre y la garota sin decir palabra, hasta que en un momento dado y cubilete comenzaron a volverse imprescindibles para matar el tiempo. Por suerte los primeros rayos de sol irrumpían ya en el Levante, dándole a Pierre un nuevo tema de conversación.

Amanece que no es poco, ¿has visto? — dijo y señaló el cielo sin mover las manos.

La garota reculó aspaventada y desanduvo sus pasos hacia las profundidades; Pierre, por su parte, quedó sumergido en un océano de dudas, cavilaciones y desconcierto, aunque, a juzgar por su aspecto exterior, cualquiera habría dicho que aún seguía como bolas con manija.