Ni cerdo ni perezoso, Pierre acometió esa misma tarde una enconada diatriba contra
Oh, Puchamama, la que anda todo el día arrastrada por el suelo,
a quien todo el mundo pisotea y entierra la batata.
Si de veras quieres que te repute una diosa hazme entonces un favor,
cambia ya esa cara de mal humus y deja de vestir siempre de negro,
y, aunque más no sea por quince minutos en la vida,
haz que nieve el cielo y deje de hacer calor
desde Bahía hasta Rio de Janeiro.
Pierre observó con orgullo la obra terminada y le estampó la firma diciéndose para sus adentros: U. Labardieu.
Cayó la noche sin hacer ruido y Pierre solo quería comer algo y tirarse a dormir, pero sus planes resultaron infructuosos: la mona volvió a robarle la banana y el calor, que apretaba más que zunga para niños, lo obligaba constantemente a meterse en el agua. Precisamente durante uno de esos chapuzones, mientras practicaba la plancha nocturna (desnudo, para comprobar si los mariscos eran o no afrodisíacos), Pierre vio surgir de nuevo de entre las olas a la garota de la escafandra. Se puso tan nervioso que casi se lleva puesto un banco de arena.
— Calor todavía mucho hace —le dijo la muchacha.
Pierre no supo qué responder. Amén de que las palabras de la garota entrañaban una acusación, para un egresado de
— ¿Nadas manos sin las, por?
— Estoy practicando la formación de la barrera —mintió Pierre turbado, e hizo la vista gorda para no ver la silueta de la mujer.
Así y todo, a pesar de los recaudos, Pierre no cabía en sí de la excitación, y el asunto amenazaba con írsele de las manos. Se hizo un silencio incómodo que duró como dos horas. Tête-a-tetê permanecieron Pierre y la garota sin decir palabra, hasta que en un momento dado y cubilete comenzaron a volverse imprescindibles para matar el tiempo. Por suerte los primeros rayos de sol irrumpían ya en el Levante, dándole a Pierre un nuevo tema de conversación.
— Amanece que no es poco, ¿has visto? — dijo y señaló el cielo sin mover las manos.
La garota reculó aspaventada y desanduvo sus pasos hacia las profundidades; Pierre, por su parte, quedó sumergido en un océano de dudas, cavilaciones y desconcierto, aunque, a juzgar por su aspecto exterior, cualquiera habría dicho que aún seguía como bolas con manija.
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