martes, 13 de octubre de 2009

III.


El desplante la garota sumió a Pierre en una profunda depresión. Recién a la tarde, después de rumiar oscuros pensamientos mezclados con unos yuyos que resultaron ser alucinógenos, Pierre se dio cuenta de que no estaba en una depresión, como había creído, sino en una leve hondonada entre dos médanos. Para entonces ya había tocado fondo dos veces sin éxito en busca de la muchacha, y regresado una vez más a la hondonada, pasas de uvas entre las patas, a masticar el fracaso y otro poco más de yuyos. A sus espaldas, desde la cima de uno de los médanos, la mona lo escuchaba escurrir y discurrir ininteligiblemente sobre su amor por la garota, media banana en mano, con la clarividencia de un futuro psicoanalista.
— ¿Por qué habré tenido que empeñar mi palabra? —se lamentaba Pierre en voz alta. La palabra (como parecía saber la primate, a juzgar por la sonrisa de deleite que se había dibujado en su rostro), era la única posesión material que le quedaba a Pierre en este mundo, después de haberse comido la púa para charango.)— ¿Cómo haré ahora para conjurar el frío en este trópico y que la chica me quiera?
— Eso es problema suyo. Dejamos… —creyó escuchar Pierre que decía una voz clara y argentina a sus espaldas.
Se incorporó y buscó con la vista al responsable de aquella lacánica frase inhumana, pero allí no había más que un homínido incapaz de tamañas crueldades. La animal lo observaba desde lo alto con cara de Pierre, consciente (a Pierre le pareció que también feliz) de no ser ella la que ahora se sentía más para la mona.

No hay comentarios:

Publicar un comentario