jueves, 15 de octubre de 2009

IV.


La mona hizo mutis por el morro y Pierre quedó a solas con el sol y el desvarío. Las afiebradas alucinaciones que desfilaban por su mente no hacían más que recrudecer a cada rato, porque llevaba él horas y horas sin probar más bocado que los yuyos. Tanta hambre llegó a tener Pierre a la sazón que, de haberla podido sazonar con un poco de sal marina, se habría comido su propia cabeza con alucinaciones y todo, sin importarle lo crudas que estaban. De pronto, en plena tormenta de despropósitos, lo alcanzó una verdad que previamente había tenido que luchar cuerpo a cuerpo con un ejército de dislates para abrirse paso en su cerebro. “En boca cerrada no entran peces”, pensó Pierre en voz alta, y sin cejar, pestañear ni cerrar la boca, se zambulló de cabeza en el mar para procurarse el sustento.
A las pocas brazadas casi se ahoga. La sal que le entró por la boca, los ojos, la nariz, y otro par de recónditos orificios no hizo más que agregarle un nuevo condimento a su locura. Ahora sentía que el hambre lo carcomía tanto por dentro como por fuera. “Cómo me pica el bagre”, pensó Pierre e instintivamente se llevó una mano al vientre, nomás para descubrir que, efectivamente, lo acababa de picar un tremendo bagre que resistía el embate de las olas aferrado con escamas y dientes a su panza.
Principió entonces un feroz combate en la arena del mar. Pierre, boliviano, se sentía en el océano tan perdido como pez de agua dulce, y por eso la pelea resultó pareja. Finalmente, después de largos segundos de lucha, Pierre tomó el pez por las branquias, lo alzó hasta arrancarlo del agua y dejó que el aire lo convirtiera en pescado.
Apenas unos minutos más tarde, Pierre se relamía ante el espectáculo del bagre asándose a los rayos del sol, en el improvisado espeto corrido que había construido debajo de una palmera. Para mantener a raya a la mona, en caso de que asomara el hocico para intentar birlarle la comida, Pierre decidió construir también un pequeño arsenal de bombitas de arena; no había terminado de incrustar la ojiva de caracoles a la cuarta de ellas cuando vio aparecer a lo lejos el perfil de la rival.
La mona, que no tenía un pelo de humano, era muy buena para las imitaciones y aparentemente había leído un ejemplar de la Biblia para los simios, se acercó hasta el espeto corrido con cara de mosquita muerta y, a cambio de un trozo de manjar, le ofreció a Pierre su primogenitura.
Pierre aceptó porque se sabía sin fuerzas para arrojar la primera bomba, y de esta manera, después de compartir el banquete, se convirtió en el primer ser humano en ser antepasado de los homínidos.

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